lunes, 12 de diciembre de 2016

*El Nacimiento de Nil*





“Si antes del 12 de diciembre no te has puesto de parto, a las 12 del mediodía tienes que venir aquí y te ingresaremos. El procedimiento es el siguiente: las primeras doce horas te daremos hormonas a ver si así te ayudamos a ponerte de parto. Si a las 23:30 no has roto aguas, te dejaremos dormir hasta las 6 de la mañana del 13 de diciembre. Entonces te tendríamos que inyectar la oxitocina. ¿Lo entiendes?






Tienes que firmar este papel para que nos dejes intervenir por si algo se complica y todo este procedimiento no funciona. En ese caso, probablemente te tendríamos que hacer una cesárea.”



Tuve un buen embarazo. Muy típico: ciática, calambres en las ingles, sueño las 24h del día, mi doctora preocupada por mi sobrepeso y haciéndome la prueba Sullivan cada dos meses... Y yo, como una campeona, siempre daba negativo.

“No tengo diabetes, no tengo la tensión alta. Estoy gorda, ya está”.

La mayoría de la gente pensaba que sería niña y no, es un niño. Y también la gran mayoría pensó que saldría antes de tiempo. Y allí estábamos nosotros, a las 12 del día 12 del mes 12. Súper preparados y emocionados y con ganas de conocer a Nil, por fin. Me ingresaron y me dieron las hormonas. En seguida empecé con contracciones, pero muy desiguales. Tenía dos o tres seguidas y después estaba una hora sin. Hacia las 23h me enviaron a la habitación y me dijeron que descansara. Nos fuimos a dormir con un beso, y fue tumbarme en la cama cuando rompí aguas. Oí un crujido, como cuando rompes un huevo, y empezaron de golpe las contracciones. No sé si fueron las hormonas o mi propio cuerpo, pero pasé de tener contracciones cada hora a tenerlas cada dos minutos.

En seguida me bajaron a la sala de dilatación y como buenos alumnos, empezamos a hacer todo lo que nos habían enseñado en las clases pre-parto: ducha de agua caliente, ejercicios con la pelota fitness, andar, bailar, dejarme caer hacia atrás mientras mi pareja me aguantaba el cuerpo con sus brazos y sus manos... Todo. Pero no dilataba. A las 6 de la mañana sólo estaba de 2 centímetros dilatada. Así que me pusieron la epidural y la oxitocina y en seguida dilaté a los 6 centímetros. Pero a los 7 y medio me volví a estancar. Entonces la comadrona me dijo que Nil estaba mal posicionado. Tenía su cabeza clavada en mi pelvis y no podía bajar y por eso no acababa de dilatar. Empezaron a pasar las horas lentamente, no dilataba más, me tuvieron que poner otra dosis de epidural, intenté hacer parto vaginal dos veces mientras la comadrona intentaba colocar bien a Nil... Llegó un momento que, entre minuto y minuto de contracción, me dormía.

Mis padres entraron a la sala a verme y se preocuparon. Incluso mi padre se quejó y preguntó que por qué no me hacían una cesárea. Pero los médicos querían evitar una intervención quirúrgica si no era necesaria. A las 16h del 13 de diciembre, vieron que el ritmo cardíaco de Nil estaba empezando a bajar. Le hicieron una prueba para ver cómo estaba de defensas y entonces fue cuando me dijeron que tenían que hacerme una cesárea porque Nil estaba empezando a sufrir.

Entramos los dos a quirófano animándonos mutuamente y pensando que, aunque no iba a ser el parto que habíamos imaginado, Nil estaría con nosotros por fin. Entonces pasó lo último que pensábamos que podría pasar... La anestesia no me hizo efecto del todo. De manera superficial sí, pero de repente empecé a sentir un dolor indescriptible que todavía recuerdo. Empecé a gritar y le dije a la comadrona: “¿Es normal que me duela?” Me miró aterrorizada y de repente todo el mundo empezó a correr. Ya no recuerdo nada más. Sólo estar gritando de dolor y preguntado dónde estaba mi hijo.

Mi pareja me dijo que en el momento en el que me durmieron, Nil nació llorando. Justo cuando se lo iban a poner en sus brazos, yo empecé a convulsionar y lo echaron del quirófano mientras le decían:” Tenemos que atender a tu mujer”. Estuvo 20 minutos esperando fuera con Nil en los brazos sin saber qué me había pasado ni cómo estaba. Entonces le llamaron y le dijeron que yo estaba en estado de shock y que no me podían tranquilizar, que necesitaban que él entrase con Nil. Y efectivamente, unas enfermeras me aguantaban los brazos mientras yo me movía con agresividad y gritaba. Él se acercó llorando, le dio Nil a una comadrona y me cogió la mano. En ese momento, me pusieron a Nil en el pecho y de golpe fue como si despertara. No recordaba absolutamente nada.

Justo antes de dormirme estaba sonando la canción “Hello” de Adele y hasta hoy no he podido escucharla entera. De hecho, todavía lloro cuando la oigo. No tuvimos suerte, aunque sí la tuvimos con Nil, que nació perfecto. Obviamente, podría haber sido peor. Pero tengo que decir que después del parto me sentí sumamente sola. Nunca hubiera pensado que si tuviese que describir la maternidad con una palabra escogería “Soledad”. Y así es. Fui a cursos de post-parto, a grupos de lactancia, de masajes infantiles, de todo; y en ninguno encontré el apoyo que necesitaba. Cada vez que hablaba del parto, de que me sentía triste y frustrada por cómo había llegado Nil a este mundo, me decían: “Pero ahora ya tienes a tu bebé aquí, deberías estar contenta.”

Así que por eso he decidido explicar mi parto. Porque no, no debería estar contenta. Porque me quiero reconciliar con esta experiencia, pero no olvidarla. Así nació Nil y así lo vivimos, es nuestro recuerdo. Y gracias a que ya estamos teniendo mil recuerdos más de él que nos hacen sentir mucho más felices, cada vez el parto pesa menos. Pero callarse no es la manera de superar algo así. Porque no deberíamos idealizar el parto, el embarazo o la maternidad. Porque es difícil, puede llegar a ser traumático y lo último que necesitamos es sentirnos mal por tener la famosa depresión post-parto o por quejarnos de lo doloroso que fue traer a nuestros hijos al mundo.

Luchemos por un embarazo, un parto y una maternidad real. Apoyémonos. 


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