La habitación se oscurece. Aparece una luz violeta y muestra flores
sombreadas por la pared. Mariposas. Las famosas mariposas hacen su función de
hacerte sentir ese cosquilleo inquietante pero a la vez ameno por el estómago.
¡Ah, mi estómago! Mi estómago se hunde para dejar paso a la línea curvada que
hace temblar todo mi cuerpo. Mis piernas y mis brazos intentan ganar la batalla
sin éxito, la batalla de dejarme llevar. Dejarme llevar por las sensaciones,
por la piel de gallina, por el dolor placentero del principio y por el placer
doloroso del final.
No. Mejor no me dejo llevar. Para. Bueno, no… sigue.
Un arco iris envuelto de estrellas aparece por la habitación mientras las
sábanas arrugadas vuelan por el aire. No puedo respirar, todo se estremece. Más
luces, más estrellas, más sombras, colores y flores danzan al son de la música
por toda la habitación. No, por todo el piso, por toda la calle, por todo el
barrio, por toda la ciudad. Y suben, suben muy alto. Queda poco para tocar
cielo. Queda muy poco. Llegan… van a llegar y…
Todo desaparece. Llega la calma y las sábanas caen. Hay una explosión de
colores y luces del arco iris y las flores, las sombras y las estrellas se
deshacen en el techo. Lo he conseguido. Las oportunidades de volver a tocar el
cielo aumentan. Se las doy. Se las merece. Quiero que se las merezca.