Merme vivía en una burbuja de cristal. Era una burbuja
transparente y brillante; pero fuerte y resistente. La gente no podía verla. De
hecho muy pocos teníamos el don. Yo lo tenía y la primera vez que vi a Merme
sentada delante de mí en aquella primera clase del curso que empezaba en
Septiembre, noté su burbuja.
¡Se veía tan serena, tan tranquila dentro de ella!
Siempre transmitía un cierto conformismo a través de sus ojos. Un conformismo
que te provocaba una enorme comodidad. La gente que no veía su burbuja le
encantaba estar cerca de Merme, pues a la gente le encanta sentirse cómoda.
Bien cierto es, que ella no transmitía ese conformismo a
propósito. Era una acción que formaba parte de la burbuja. Siempre pensé que
ese conformismo disfrazaba en realidad una cierta tristeza. Tristeza causada
por una gran fuerza escondida aún por salir.
Merme tenía la habilidad de engañar a la gente. Si la
gente no era capaz de ver su burbuja, ¿cómo no les iba a engañar? Cualquier
emoción que experimentaba, la echaba de su cuerpo, la lanzaba de su burbuja y
una vez traspasaba esa capa fina pero resistente, rosas amarillas o tulipanes
lilas salían disparados por doquier y rodeaban a todo el que pasaba por allí.
Por eso todo el mundo quería a Merme.
Solíamos tomarnos un café siempre en la misma cafetería y
filosofábamos sobre la vida. A veces incluso juntábamos nuestras monedas
pequeñas y rojas hasta conseguir la cantidad justa para un café. Y lo
compartíamos. Era casi como un hábito, una terapia inmediata que nos hacía
sentir únicas en el mundo.
“Creo que me estoy cansando de la burbuja”
No creía que la burbuja fuese algo bueno o malo, la
burbuja te la imponían. Por circunstancias de la vida, Merme tuvo que construir
su burbuja y seguramente ya ni se acordaba de cuando acabó de construirla y
decidió vivir dentro de ella. Puede que incluso al principio ni le gustase
vivir en una burbuja, pero una vez que se acostumbró y se percató de que la
gente estaba a gusto con la idea de tener a Merme dentro de aquella transparencia,
se acostumbró. Al fin y al cabo, la
protegía ¿no?
“Pues yo creo que si recuerdas cómo te metiste dentro,
podrás salir. Aunque te advierto que el mundo aquí fuera no es hermoso… Pero es
real.”
Salir de la burbuja no fue fácil. Durante muchos años la
burbuja estuvo a su lado. Cuando consiguió sacar todo su cuerpo de ahí, Merme
decidió atársela a la cintura con un pequeño cordel. Sólo por si acaso. Cuando
había algo que la asustaba o la ofendía, se metía dentro porque ya no podía
enviar sus rosas amarillas. Cuando había algo que la alegraba demasiado,
también se metía dentro a falta de no tener ya sus tulipanes lilas.
Un día Merme conoció a un alienígena. Esta vez sólo ella
lo podía ver. Nos contaba a todos que se encontraba mal, que el alienígena le
provocaba dolores de cabeza. Nadie creía que fuese verdad, de hecho yo pensaba
que tal vez fuese una excusa para volver a meterse dentro de la burbuja. Sin
embargo, el alienígena le dio un último aviso; un aviso de supervivencia:
“Merme, el mundo es verde y gris al mismo tiempo. Huele a
hierba y a humo. Te da la vida y te la quita. Es hermoso y horrible. Vívelo de
una vez.”
El día que Merme cogió las tijeras y cortó con precisión
aquel cordel que sujetaba la burbuja de cristal a su cintura, empezó su
libertad. Era libre. Sin flores, sin trasparencias cristalinas, sin protección
falsificada. Iba a experimentarlo todo y estaba emocionada. ¿Y sabéis qué? Todo
el mundo la queremos igual o incluso más.
Felicidades Nani. Te quiero.