“Si antes del 12 de diciembre no te has puesto de parto, a
las 12 del mediodía tienes que venir aquí y te ingresaremos. El procedimiento
es el siguiente: las primeras doce horas te daremos hormonas a ver si así te
ayudamos a ponerte de parto. Si a las 23:30 no has roto aguas, te dejaremos
dormir hasta las 6 de la mañana del 13 de diciembre. Entonces te tendríamos que
inyectar la oxitocina. ¿Lo entiendes?
Sí
Tienes que firmar este papel para que nos dejes intervenir
por si algo se complica y todo este procedimiento no funciona. En ese caso,
probablemente te tendríamos que hacer una cesárea.”
Tuve un buen embarazo. Muy típico: ciática, calambres en las
ingles, sueño las 24h del día, mi doctora preocupada por mi sobrepeso y
haciéndome la prueba Sullivan cada dos meses... Y yo, como una campeona,
siempre daba negativo.
“No tengo diabetes, no tengo la tensión alta. Estoy gorda,
ya está”.
La mayoría de la gente pensaba que sería niña y no, es un
niño. Y también la gran mayoría pensó que saldría antes de tiempo. Y allí
estábamos nosotros, a las 12 del día 12 del mes 12. Súper preparados y
emocionados y con ganas de conocer a Nil, por fin. Me ingresaron y me dieron
las hormonas. En seguida empecé con contracciones, pero muy desiguales. Tenía
dos o tres seguidas y después estaba una hora sin. Hacia las 23h me enviaron a
la habitación y me dijeron que descansara. Nos fuimos a dormir con un beso, y
fue tumbarme en la cama cuando rompí aguas. Oí un crujido, como cuando rompes
un huevo, y empezaron de golpe las contracciones. No sé si fueron las hormonas
o mi propio cuerpo, pero pasé de tener contracciones cada hora a tenerlas cada
dos minutos.
En seguida me bajaron a la sala de dilatación y como buenos
alumnos, empezamos a hacer todo lo que nos habían enseñado en las clases
pre-parto: ducha de agua caliente, ejercicios con la pelota fitness, andar,
bailar, dejarme caer hacia atrás mientras mi pareja me aguantaba el cuerpo con
sus brazos y sus manos... Todo. Pero no dilataba. A las 6 de la mañana sólo
estaba de 2 centímetros dilatada. Así que me pusieron la epidural y la
oxitocina y en seguida dilaté a los 6 centímetros. Pero a los 7 y medio me
volví a estancar. Entonces la comadrona me dijo que Nil estaba mal posicionado.
Tenía su cabeza clavada en mi pelvis y no podía bajar y por eso no acababa de
dilatar. Empezaron a pasar las horas lentamente, no dilataba más, me tuvieron
que poner otra dosis de epidural, intenté hacer parto vaginal dos veces
mientras la comadrona intentaba colocar bien a Nil... Llegó un momento que,
entre minuto y minuto de contracción, me dormía.
Mis padres entraron a la sala a verme y se preocuparon.
Incluso mi padre se quejó y preguntó que por qué no me hacían una cesárea. Pero
los médicos querían evitar una intervención quirúrgica si no era necesaria. A
las 16h del 13 de diciembre, vieron que el ritmo cardíaco de Nil estaba
empezando a bajar. Le hicieron una prueba para ver cómo estaba de defensas y
entonces fue cuando me dijeron que tenían que hacerme una cesárea porque Nil
estaba empezando a sufrir.
Entramos los dos a quirófano animándonos mutuamente y
pensando que, aunque no iba a ser el parto que habíamos imaginado, Nil estaría
con nosotros por fin. Entonces pasó lo último que pensábamos que podría
pasar... La anestesia no me hizo efecto del todo. De manera superficial sí,
pero de repente empecé a sentir un dolor indescriptible que todavía recuerdo.
Empecé a gritar y le dije a la comadrona: “¿Es normal que me duela?” Me miró
aterrorizada y de repente todo el mundo empezó a correr. Ya no recuerdo nada
más. Sólo estar gritando de dolor y preguntado dónde estaba mi hijo.
Mi pareja me dijo que en el momento en el que me durmieron,
Nil nació llorando. Justo cuando se lo iban a poner en sus brazos, yo empecé a
convulsionar y lo echaron del quirófano mientras le decían:” Tenemos que
atender a tu mujer”. Estuvo 20 minutos esperando fuera con Nil en los brazos
sin saber qué me había pasado ni cómo estaba. Entonces le llamaron y le dijeron
que yo estaba en estado de shock y que no me podían tranquilizar, que
necesitaban que él entrase con Nil. Y efectivamente, unas enfermeras me
aguantaban los brazos mientras yo me movía con agresividad y gritaba. Él se
acercó llorando, le dio Nil a una comadrona y me cogió la mano. En ese momento,
me pusieron a Nil en el pecho y de golpe fue como si despertara. No recordaba
absolutamente nada.
Justo antes de dormirme estaba sonando la canción “Hello” de
Adele y hasta hoy no he podido escucharla entera. De hecho, todavía lloro
cuando la oigo. No tuvimos suerte, aunque sí la tuvimos con Nil, que nació
perfecto. Obviamente, podría haber sido peor. Pero tengo que decir que después
del parto me sentí sumamente sola. Nunca hubiera pensado que si tuviese que
describir la maternidad con una palabra escogería “Soledad”. Y así es. Fui a
cursos de post-parto, a grupos de lactancia, de masajes infantiles, de todo; y
en ninguno encontré el apoyo que necesitaba. Cada vez que hablaba del parto, de
que me sentía triste y frustrada por cómo había llegado Nil a este mundo, me
decían: “Pero ahora ya tienes a tu bebé aquí, deberías estar contenta.”
Así que por eso he decidido explicar mi parto. Porque no, no
debería estar contenta. Porque me quiero reconciliar con esta experiencia, pero
no olvidarla. Así nació Nil y así lo vivimos, es nuestro recuerdo. Y gracias a
que ya estamos teniendo mil recuerdos más de él que nos hacen sentir mucho más
felices, cada vez el parto pesa menos. Pero callarse no es la manera de superar
algo así. Porque no deberíamos idealizar el parto, el embarazo o la maternidad.
Porque es difícil, puede llegar a ser traumático y lo último que necesitamos es
sentirnos mal por tener la famosa depresión post-parto o por quejarnos de lo
doloroso que fue traer a nuestros hijos al mundo.
Luchemos por un embarazo, un parto y una maternidad real. Apoyémonos.