Algunos lo llaman
suerte. Yo prefiero decir que me han mal acostumbrado. No es que nunca haya
estado sola. Conozco muy bien la soledad. Más bien siempre ha habido un
pretendiente demasiado romántico que aunque fuese no correspondido se atrevía a
regalar la rosa roja. Esta vez yo soy la no correspondida. Yo soy el
pretendiente que hubiese regalado la rosa a no ser que mi amor en cuestión me
hubiese advertido el día de antes. “Prefiero prevenir una sorpresa
desagradable”.
Tengo varios Sant Jordis inolvidables. Desde
encontrarme una rosa en el pupitre cuando era adolescente porque todos los
chicos de la clase habían decidido regalar una a cada chica, hasta la rosa de
cristal azul de mi primer novio o las botellas de cava y vino acompañadas de
rosas rojas de mi segundo.
Este año celebro mi
Sant Jordi sentada en un bar
cualquiera con 5 euros en el bolsillo y un café ardiendo. Es como pagar la
factura de todas las rosas marchitas, secas y muertas. Estoy pagando mis años
de “buena suerte” con mi soledad y mi amor no correspondido. Supongo que nunca
es tarde para zanjar una deuda. Hoy todos los que sintieron dolor gracias a mi
dormirán tranquilos. Hoy, la princesa no tendrá su rosa. Hoy, ha ganado el
dragón.
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